FOTO: Cortesía Fundación para la Cultura Urbana
Poeta, narrador, periodista y pedagogo venezolano. En 2020 fue designado miembro correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua por el estado Aragua. Tiene un posgrado en Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar y fue fundador de la revista Umbra. Ha escrito una obra prolífica y vasta.
El hombre escribe unos versos. Matiza su mirada, vuelve al
pasado y escribe porque la medida de sus palabras se circunscribe a rimar el
mundo, el inmenso o el pequeño universo que lo rodea. Entonces el hombre, el
que escribe poemas, el que busca los versos para respirar, busca la ayuda de
algún rehén verbal para que lo abrigue, porque así ocurre en este mundo donde
todo es posible y necesario.
Los versos remiten al lector a un reencuentro con su pasado,
con las primeras entonaciones de las palabras arrimadas al fuego de la creación
verbal.
Los textos de Alejandro Ramírez no desandan los caminos de
una poética cercana a la que se aspira a encontrar en los libros de hoy. El
hombre que escribe estos versos canta para sus adentros y busca la manera de
que lo entiendan, de que lean sus sueños, despertares, angustias, humores,
revelaciones, tentaciones o quebrantos.
El hombre que escribe estos versos, el que se arriesga a
entregarse al público, se somete a su propia sinceridad: es un hombre que
ausculta las palabras e intenta, sí, intenta, darle sentido a una poética que
si viene es cierto pertenece a otros oídos está viva, se quebranta a veces,
pero insiste en saberse parte de ese mundo inmenso o pequeño donde vive, donde
respira, donde lo respiran, porque cada vez que escribe se confronta y lo
confrontan por la manera de decir, de escribir o de acercarse al poema.
Corre el riesgo del intento, ese que lo abriga a diario a
escribir incansablemente, desaforado, como quien busca un imposible. Claro,
todo intento creativo es un siempre un imposible. En este caso, el autor, el
que escribe estos versos, sigue buscando, sigue buscando, sigue el camino que
ese mundo le ofrece. Sus versos serán juzgados por quienes tengan la delicadeza
de leerlos, tenerlos al frente, como se tiene al frente el amanecer o la caída
del día.
Estos son unos versos para existir, para no quedarse solo.
Para estar con o sin la voz del otro.
Como un felino sobre un techo, estos versos se multiplican
temáticamente: unos aliviados por la mirada transparente de la luz; otros,
fundidos en la inequívoca templanza de palabras que podrían ofuscar el
temperamento del lector.
La poesía aquí es sólo un asomo. Son poemas procurados desde
las palabras más cercanas a un sentir íntimo, sin atisbo de la búsqueda actual
del experimento: se trata de versos que se animan desde ellos mismos. El autor
sabe lo que hace y lo afirma: su trabajo se encuentra con baches que lo
detiene, pero él sigue adelante, como en estos donde la pesadumbre abunda:
“Negra es la insondable garganta de la noche // Negra es
esta maquinaria con que fabrico mis versos// Negro es el río que fluye, el
ancho mar despejado// Negro es este veneno vil, que te muerde como un perro”.
Y desde este comienzo, todo el resto es una conjunción de
asuntos que amalgaman la existencia, la destinan a procurar con palabras lo que
será un poema, un grupo de versos para existir.