El fuego fue bendecido, bajo aquella noche amiga
El rito marcó mi ruta, fue rota aquella agonía
Un sacerdote de blanco, y las estrellas espías
Mis padres y mis zapatos, mi fe, mi tierna alegría
El templo brilló genuino, como una gema con vida
Aquel celestial perfume, con que perfumé mi hombría
La crema que usé esa noche, el toque de agua bendita
En fiel perfección que quema, sagrados fuegos me cuidan
Bajo mis ropas, tibieza, la piel de quien ejercita
Con pía ambición de cielo, a Dios como poesía
En buen estado de gracia, sabía que no podría
Ya nunca volver la vista, que ya nunca volvería
De profundis, desde el alma, desde un corazón que ansía
Te pido que no haya vuelta, que eterna sea esta dicha
Serenidad franciscana… y sí, algún vicio, alguna ruina
Que nunca seré perfecto, mas tu perfección me habita
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