Un fino y mórbido polvillo,
Toca tu piel de cuero y de peligro.
Estabas fría, pero siendo tu cuerpo de ceniza,
Vuelve mi diablo cruel, y va, y lo atiza.
Te mentí en innumerables, quietas, ocasiones…
Te enseñé la clave del silencio, para comprar tu boca,
Me tomé la medicina de tus senos angelados,
Con la disciplina religiosa de una monja.
Ahora andas por ahí, sabe Dios en qué otras cosas…
Pero tengo entre mis manos la pistola…
Con que apunté tu sien, cuando llegó la hora…
Ahora tu nombre yace manso aquí en mi alcoba…
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